La gestión de expectativas por Salva Pons.

Independientemente del nivel deportivo, tamaño, experiencia o profesionalidad, en España no hay escuela de fútbol, director deportivo, coordinador o entrenador que no haya pasado por la ‘maravillosa’ experiencia de intentar explicarle a un padre o madre que, para los clubes, su hijo o hija no son un producto deportivo que deba ser fabricado para alcanzar la gloria.

Estamos en pleno verano cuando llega el ‘ansiado’ momento, año tras año: ¿cómo le trasladas a un padre que su hijo no va a estar la próxima temporada en el equipo que desean?

En este escenario, tu interlocutor ya puede ser ingeniero geológico, bióloga nuclear o astrofísico, que muy probablemente no va a entender el motivo por el cual su hijo/hija no está donde le corresponde según las expectativas de los propios padres.

El sentimiento de frustración que brota automáticamente al percibir la resistencia al cumplimiento de su voluntad individual es algo sin duda muy difícil de digerir: la idea de que es un paso atrás en la proyección del jugador y que, por descontado, es una decisión totalmente injusta empieza a apoderarse del padre o madre. Cualquier otra idea pasa a un plano secundario y la situación llega a ofuscar en mayor o menor medida a todo individuo independientemente de su nivel de raciocinio.

¿Dónde fueron las bonitas experiencias vividas durante la temporada? ¿Cuándo se perdieron las nuevas amistades conseguidas? ¿Los gritos de ánimo y emociones vividas durante los partidos? ¿Los comentarios magníficos en RRSS hacia el entrenador o hacia el club? ¿Las palmaditas en la espalda o las conversaciones de complicidad con los técnicos, en busca de complacencia? ¿El apoyo incondicional al club y al colectivo? ¿La trayectoria del jugador en propio club? Ni rastro de todo ello.

Cabe destacar que los jugadores, en términos generales, no perciben esta situación como un verdadero drama. En el fondo, ellos son los verdaderos soñadores. En todo caso se pueden ver afectados más por la reacción propia de los padres y sus comentarios, o por no poder coincidir con tal o cual compañero la próxima temporada, que por su propia ilusión en estar en el equipo A, B, C, D, o cualquier otra letra del puñetero alfabeto futbolístico.

Estamos hablando generalmente de niños y niñas de entre 8 y 14 años que todavía perciben este mundo como un deporte entre amigos y que entienden el fútbol como una ilusión que pueden vivir cada vez que se ponen las botas, salen a un rectángulo verde y le dan una patada a un balón o hacen una parada. En la inmensa mayoría de los casos, eso es lo que perdurará incluso cuando tengan más de 90 años y aunque ya no puedan ni siquiera atarse las botas. Nada más y nada menos. Esa ilusión es la que se les ‘vendió’ desde bien pequeños, ellos la ‘compraron’ y nunca la devolverán.

Con el tiempo, ellos mismos como personas y jugadores, a título individual y en base a su esfuerzo, constancia, experiencias, capacidad, condición física, talento y la suerte o no en las lesiones, podrán llegar o no a ser ‘profesionales’. Todos  estos factores los pondrán en su sitio y donde ellos quieran estar. Ya pueden haber formado parte de la plantilla del equipo Z o el H; en el club X o J; hayan jugado en Autonómica o no; el entrenador les haya tenido manía; no sean unos enchufados; o los compañeros no le pasen el balón. Todo es totalmente irrelevante. Eso es lo que deberían de saber los padres y es lo que deberíamos saber transmitir los que creemos que sabemos de fútbol y vemos día a día, por desgracia, cómo rueda la ruleta.

Bien es cierto que cada vez es más común entre todos los actores trasladar la casuística del contexto Juvenil, semiprofesional y profesional (que es otro cantar) hacia más abajo en categorías como Cadetes, Infantiles, Alevines, Benjamines e incluso a Prebenjamines. Yo lo tengo claro: el día que esta locura llegue a Querubines, cuelgo las botas y me voy a mi casa.

Eso sí, aquí todos somos responsables: Federación, clubes, directivos, coordinadores, técnicos, padres, familiares, representantes (sí, representantes, han leído bien; incluso en categoría Alevín los hay), medios de comunicación, etc. Todos debemos ser responsables en este aspecto, no es una cuestión baladí. Hablamos de niños, de sueños, de ilusión, de deporte, de valores nobles, de amistad, de capacidad de esfuerzo. No podemos permitirnos el lujo de prostituir entre todos lo que a tanta gente ha hecho feliz durante años y nos ha ayudado a tantos a formarnos como personas.

Con todo ello, los padres y madres también deben entender que cualquier práctica deportiva enfocada bajo el paraguas de su propia vanidad está abocada con casi total seguridad al fracaso. Y ni los más grandes esfuerzos, inversión, interés o dedicación que no surja del propio jugador vale para absolutamente nada en términos globales. Es más, con casi total seguridad los esfuerzos e interés de los padres serán contraproducentes para el jugador a largo plazo; incluso aunque con algunas de sus acciones ‘estratégicas’ hayan obtenido cierto “éxito” puntual… ya pueden hacer el pino puente, que a la larga el resultado no será el deseado.

¿Cuántos niños y niñas de entre 10 o 14 años llegan a escuelas tras haber estado en 3 o 4 clubes diferentes en, por ejemplo, las últimas cinco temporadas? ¿Todas esas escuelas eran malas? ¿Todos los entrenadores no tenían ni idea? ¿Todos los compañeros no estaban al nivel necesario para prosperar a la velocidad adecuada? ¿Todas las escuelas no han sabido valorar el potencial y nivel del niño? Es el equivalente a frustrarse porque no te haya tocado la Bonoloto y, por ello, cambiar de administración de lotería cada vez que no sale premio.

¡Paremos este sinsentido entre todos! Las escuelas de fútbol nos dedicamos con mayor o menor fortuna a formar jugadores y luchar para que aniden en los futbolistas ciertos valores que les sirvan en su trayecto vital. Las habrá que dedican más recursos. Las habrá con mejores profesionales, más formados o no. Las habrá con buenos convenios para dar más proyección y calidad si cabe o que simplemente pelean e intentan sobrevivir en su ámbito lo mejor posible y con la mayor ilusión. Las habrá con más o menos categorías. Pero, repito, no conozco ninguna escuela cuyo objetivo sea perjudicar a ningún jugador: es un contrasentido absoluto y más cuando hablamos de niños, formación y deporte.

Al fin y al cabo, si todo lo basamos en las expectativas, ni la mejor universidad del mundo puede garantizar que te salga un Einstein al año.

Salva Pons

Presidente y fundador del Patacona CF

Directivo de la Federación Valenciana de Fútbol

Miembro del Comité de Valores de la FFCV